martes, 16 de diciembre de 2014

Con los emberás del Bojayá.


Es la otra orilla, la orilla chocoana del Atrato Medio. El obispo de Quibdó nos pidió que ayudaramos a llegar a 2 mujeres que mandaba para allá. Para mí fue como una excursión de recreo.
El primer pueblo del rio es Bojayá, una floreciente comunidad negra. Aunque no era mi zona de trabajo varias veces había subido allí con mi botecito a motor, a decir misa en un dia señalado, a bautizar en alguna fiesta, o a dar clases espciales en el colegio. De allí para arriba todo era nuevo. En la noche, subiendo a palanca, llegamos a Bojayás la Loma. En un día más de palanca llegamos a los caserios de los emberás.

Era como un paraiso terrenal, cascadas de agua limpia cayendo al rio, aire, clima templado, y la limpieza, la honradez, el respeto de esas personas. Dejamos nuestros cosas en una playa de piedra, a sabiendas de que nadie las tocaría. Colgamos nuestras hamacas en un tambo abandonado. Yo busqué trochas de tatauros para seguir subiendo, hasta que llegué a la cima de la cordillera. Hubiera podido bajar por el otro lado hasta llegar a Bahía Solano.








Me dejé engañar del agua, el segundo día estaba enfermo de amibiasis.
Quedé amando ese lugar y esas gentes. Nunca más pude volver.


Años después subió un grupo de paramilitares para intentar desalojar un campamento querrillero instalado en Bojayá. La gente del pueblo se refugió en la iglesia para librarse del fuego cruzado. Una bombda, o una caneca de gas llena de explosivos cayó en la iglesia. Pocos sobrevivieron.
Ahora el pueblo está desierto, no se atreven a vivir allí por miedo a encontrarse otra vez en el fuego cruzado de los paramilitares y la guerrilla. Y la vida de los emberás se ha vuelto difícil:
"Si bajamos a comprar comida a Vigía del Fuerte la policía casi no nos deja comprar por miedo a que estemos surtiendo a la guerrilla. Al llegar al pueblo de Bojayá los paramilitares nos roban la comida. Mas arriba la guerrilla nos roba el resto. Al llegar a nuestro pueblo ya no tenemos nada".










En el poblado emberá del Bojayá. Una indígena tiene la piel pintada con jagua, una fruta de la que sacan un colorante antiseptico.

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