domingo, 22 de octubre de 2017

CAPITULO 12- ¿CUANTO QUIERES POR TU HIJA?

12- ¿Cuánto QUIERES POR TU HIJA?

            Elombre recuerda: "Cuando la agarré de la muñeca y me la llevé hacia atrás de la casa, ella no gritó ni lloró; me miraba con ojos de miedo, y se dejaba llevar en silencio. No tuve que taparle la boca, ni obligarla por la fuerza; cuando la desnudé, ella sólo me miraba, no trató de resistirse; otras pelean o se ríen; con ella era como desnudar una niña pequeña que no supiera lo que yo quería. Sólo cuando la tumbé en el suelo y me eché sobre ella, tuve que apoyar las rodillas sobre sus muslos, hasta que el dolor la hizo abrir las piernas. Pero tampoco entonces gritó, ni lloró, ni intento defenderse; sólo me miraba fijamente, con  aquellos ojos asustados, enormes. Gimió cuando la poseí, porque yo fui el primero, y sentí el calor de su sangre en la ingle, pero tampoco entonces gritó, sólo aquellos ojos de miedo, hasta que me dio pena de mí mismo, y la levanté y la limpié el barro de la espalda y las nalgas, y la puse un peso en la mano, y se la cerré para que no lo perdiera, y la dije "no digas nada a nadie, o te mato". Ella seguía mirándome con aquellos ojos blancos de miedo y se tapó con la ropa sin vestirse, y se quedó inmóvil, hasta que yo me volví al pueblo".

            El hombre quiere volver a vivir el momento de la violación, pero las imágenes se le mezclan con la de otras muchachas que gritan, golpean o arañan, muchachas que arrastró a la selva con la boca tapada y que no dejaron de gritar y pelear mientras las poseía, o de aquellas que le buscaron a él para entregársele ansiosas, y aquellas que se resistieron al principio, pelearon mientras las desnudaba, hasta que poco a poco fueron cediendo y terminaron en un acto armonioso donde la lujuria podría confundirse con el amor. O la de tantas otras que fueron con él voluntariamente, deseosas de gozar las maravillas que oían contar del amor, se desnudaron precipitadamente, le embriagaron de caricias, para acabar llorando y resistiéndose ante su pene enorme y la brutalidad con que las tumbó en el  suelo para ser penetradas.

            Las imágenes pasan borrosas por su memoria, tantos rostros que no puede retener ninguno y sólo dos recuerdos se le quedan fijos: una sangre femenina que le salpica los muslos, y unos ojos fijos de miedo.

            También el viejo se pierde en sus pensamientos: "Apenas le vi desaparecer por la trocha hacia la casa, supe lo que iba a hacer, y atravesé desde la punta de arriba del pueblo caminando rápido para llegar a la casa, y él se la llevaba hacia atrás de la casa, agarrada de la muñeca. Yo les seguí para defender a mi hija; cuando él empezó a desnudarla vi sus ojos de miedo, y saqué el machete para matarle, pero no me atrevía a moverme de donde estaba; luego, cuando se le tumbó encima, pensé en acercarme por la espalda y volarle la cabeza antes de que me sintiera, pero bastaba una rama seca pisada, un crujido, y él me hubiera sentido. Me quedé escondido: oí cómo gemía mi hija cuando él la violaba, y cómo rió él cuando sintió el calor de la sangre, y me quedé quieto, escondido, pensando: si ella grita, voy en su ayuda aunque él me mate; ella solo gimió, y seguí pensando: si ella me llama, si pide auxilio, yo voy corriendo con mi machete; pero lo vi todo, y cuando él se levantó para irse y pasó cerca de donde estaba me quedé temblando de miedo, y sólo pensé cómo esconderme mejor, y me di cuenta que me moría de miedo de que él me viera, y que aunque mi hija hubiera gritado y llorado, y me hubiera llamado y pedido ayuda, sólo habría sido capaz de quedarme quieto escondido. Seguí allí después de que ella se fue, sin atreverme a moverme, y cuando llegué a la casa me senté y se me salieron las lágrimas al verla cocinando arroz y pescado para los dos, y ella vino y me pregunto: "Padre, ¿Qué le pasa?". Y yo no era capaz de  decirle que había visto como Elombre la violaba y no había hecho nada porque tenía miedo, y lloraba más fuerte, hasta que le dije: "Hay, hija, es horrible llegar a viejo". Ella me miró muy seria, y me habló como una mujer a un niño, y fue ella la que se puso a consolarme a mí: "Peor es no llegar, padre, y hay muchos que no llegan". Yo estaba demasiado triste,  porque si no hubiera sido tan viejo quizás no hubiera sido tan cobarde, y la contesté: “No es malo llegar, lo malo es haber llegado ya". Al fin ella me miró con ojos de dolor, y me dijo "No es tan terrible llegar a viejo; lo verdaderamente terrible es llegar a mujer".

            En el pueblo canta un gallo recordando que el  alba llega y espantando los recuerdos. Elombre se levanta para irse.

            La muchacha duerme vestida, tapada con una lona amarillenta. El hombre aguza la vista intentando detallársela en la oscuridad del rincón. Sólo consigue percibir la respiración profunda, y el olor a mujer. Pero recostado junto a la cama, semitapado con unos costales vacíos, el hombre descubre algo aún más valioso.     
            - Compadre, no me dijo que tenía un bulto entero de sal.

            El viejo siente que al fin han llegado al punto que esperaban, y las palabras le fluyen ahora fáciles.     
            - Lo tenía para ti, compadre.

            Elombre se estremece. Él se creía libre, seguro, sin que nadie supiera dónde estaba, ni pudiera ir por él, y ahora comprueba que hasta sus menores movimientos, lo que él cree más casuales, los tienen  previstos como si movieran los hilos de una marioneta.

            El viejo no abandona su hablar cansino.     
            - Pero un bulto de sal vale tres arrobas de pescado. Y tú sólo has traído una.
            - Pero tengo el pescado, compadre, mucho pescado. -Elombre  explota el hambre del pueblo-. Más pescado del que nunca nadie ha tenido en el pueblo.

            Los ojos del viejo brillan de codicia. El hombre lo ve, y sabe que vuelve a ser el vencedor.     
            - Te llenaré la casa de pescado. Venderás pescado a todos los del pueblo.

            El viejo recela, se retira a las sombras, y su voz, frente a la alegría artificiosa del hombre, refleja miedo.     
            - Y ¿Qué quieres a cambio?     
            - Me darás la sal -hay  una pausa tensa, luego, bruscamente-:
            - y la muchacha vendrá conmigo.

            El viejo tarda en contestar. Sabía que esto iba a llegar, pero no sabe cómo conducir el negocio. Mira hacia el rincón oscuro donde la muchacha duerme.     
            - ... Eso... Depende de ella.

            Los dos hombres saben que eso es mentira. Si el padre lo quiere, la hija se irá con el hombre. Podrá protestar, llorar, pero tendrá que obedecer; ella no tiene una casa donde ir, una tierra donde trabajar, una canoa donde pescar; cuando todas las cosas son de los hombres, las mujeres también son de ellos. Cuando las mujeres no tienen nada, tienen que vivir doblegadas al hombre que les da de comer. Sólo se trata de fijar el precio.     
            - Tu hija necesita un marido, un hombre fuerte que la domine y la defienda de los otros hombres. Tú ya estás viejo. A las hijas de los viejos nadie las respeta, son forraje de todo el pueblo.

            El viejo asiente con amargura. Dios ha sido particularmente injusto con las hijas de los viejos y las de los pobres. El recuerdo le quema, pero calla.     
            - Mira, compadre, tengo pescado, mucho pescado; y tanto maíz desgranado que la casa se me hunde del peso. Tengo todo lo que un hombre puede desear, y ahora necesito una mujer. Si ella se viene conmigo, nunca más tendrá que aguantar hambre.

            El viejo sabe que lo que el compadre dice es la pura verdad. Pero él no va a desprenderse de su hija como si le hiciera un favor al llevársela. Todo tiene su precio.
            - No puedo dártela, compadre. No voy a quedarme solo.
            - Y te daré quince arrobas de pescado. Serás el comerciante del pueblo; los comerciantes se acuestan con todas las mujeres del pueblo.
            - Mujeres para un momento. Yo ya soy viejo. Necesito una mujer que me cuide, que trabaje para mí -el viejo está feliz. Quince arrobas de pescado es más de lo que vale ninguna mujer, por joven y fuerte que sea. Pero debe mostrarse disconforme, y tal vez pueda aumentar aún más el precio-. Una hija debe de cuidar al padre hasta que se muera, no dejarlo solo como un perro.
            - Cualquier día de estos te va a dejar solo; se largará con su macho, o te la sacará a la fuerza.

            El viejo sabe, pero calla. Elombre tiene prisa.     
            - Mira, compadre, quieres ganar mucho, y así vas a perder todo. -Hay un matiz de enojo en la voz del hombre; a él no le importa pagar, pero no quiere que le roben como a un pendejo-; te daré cinco arrobas más, y es todo.

            Por solo esas cinco arrobas el viejo hubiera dado a su hija. Se la hubiera dado gratis, sólo por quitarse el ser burla del pueblo cada vez que un hombre la usaba sin que él pudiera darse por enterado. El viejo comprende que el precio ya no subirá más.     
            - Está bien, compadre, llévatela. Te la doy porque tú eres mi compadre, mi amigo, y un hombre bueno. Tú la vas a tratar bien. Y en verdad que la necesitas más que yo.

            Oculta bajo la cobija, la muchacha escucha inmóvil, medio dormida aún. Un hombre u otro hombre, un pene u otro pene, un rancho u otro rancho, qué más da. Lo importante es tener un hombre que la dé de comer, que la defienda de los otros hombres. Cuando ella para los hijos, él se sentirá orgulloso de ser tan macho, y la tratará bien. Ella siempre ha querido tener muchos hijos. No sólo para ponerles a trabajar para ella y que la cuiden de vieja, sino porque le gusta cargar los bebés. Cuando era aún niña y la dejaban cuidando los niñitos de la casa, ella se sentía feliz; le gustaba cambiarlos, darles el biberón, y cuando lloraban les metía en la boca el botón naciente de su pecho hasta que se le quedaban dormidos entre los brazos; eso sólo lo hacía cuando estaba sola y los niños eran bebés, por miedo a que no entendieran que estaba jugando a ser mamá. Ahora, cuando Elombre la dé hijos, los pechos se le llenarán de leche, y ella les dará de mamar esa leche que viene de dentro de ella.

            Ya no tiene miedo a Elombre. Cuando él la agarró de la muñeca para llevársela a la selva, ella no pudo resistirse; era como oponerse a la fuerza profunda del río. Sólo pudo mirarle con ojos de miedo. Le odió cuando le causó dolor al abrir su hueco de mujer; pasó mucho tiempo escondiéndose cada vez que un hombre se acercaba a la casa por la vereda del cementerio. Cuando la violaron por segunda vez, ya no sintió tanto miedo; y cuando la mayor parte de los penes del pueblo pasaron por el hueco que Elombre había abierto, se convenció que no era mejor ni peor que los otros hombres, simplemente un hombre, y los hombres son así, y a las mujeres no les queda sino resignarse a la desgracia de ser mujeres. Otros hombres fueron peores que él, la golpearon antes de poseerla, simplemente porque les gustaba golpearla, y otros fueron mejores y la trataron con cariño y la dieron más plata, al final todos la poseyeron igualmente, y todos la amenazaron si los delataba, pero nadie poseía la fuerza poderosa de Elombre, la fuerza a la que nadie se podía oponer, como la fuerza con que Dios engendró el mundo sobre el caos de las aguas. Ahora la dará de comer, la defenderá de otros hombres, y ella cuidará sus hijos, ese es su destino de mujer, así ha sido siempre, así será, y no sirve de nada oponerse. Y ella será una buena mujer, no le engañará con otros hombres, no le robará. A ella no  tendrá que machetearla  y dejarla tirada en la milpa para que se la coman las hormigas.

            El negocio ha terminado, y el hombre se va. Sin decir nada. Como si ya lo hubiera pagado, toma el bulto de sal y lo coloca en la champa. El viejo sale hasta la puerta y le alarga el canalete.     
            - Va a amanecer. Vete ya, compadre.     
            - ¿Y la muchacha?     
            - Ya te llevas la sal -el viejo, en la entrada, parece defender la puerta-. Cuando me traigas el pescado, te llevas la muchacha.

            El hombre podría llevársela a la fuerza, pero su champita  es demasiado pequeña para dos pesos tan grandes, y no está en situación de pelear.     
            - Vete, compadre, antes de que te encuentren y nos maten a todos.

            El hombre rema alrededor de la casa, sobre el colino amarillento, medio podrido de la inundación. Al pasar frente a la puerta que da al río, el viejo le grita:
            - ¡Acuérdate bien! ¡Son veinte arrobas de pescado!

            El hombre rema aguas abajo, en la corriente rápida del río crecido.