domingo, 22 de abril de 2018

CAPITULO 18. MAÑANA VENDRA.

18-MAÑANA VENDRA.

            En la casa de la Ciénaga del Remolino, bajo el parasol del árbol cósmico, el niño se despierta sobresaltado; mira allí donde la trocha borrada caía sobre la ciénaga, pero no hay nadie.
            "Hoy no ha venido, ma­ñana vendrá".


            Se  levanta y asa dos grandes pescados corromás sobre las brasas. Al acabar arroja las conchas al agua, añade dos gruesos troncos al fuego para mantenerlo encendido hasta la noche, acerca al calor ceniciento la olla ennegrecida y la llena de plátano, yuca, guineos, y, tras un momento de vacilación, un grueso pedazo de carne de cerdo seca; es un lujo que sólo se permite cuando olvida al padre; los otros días, cuando el recuerdo le asalta, se limita a poner pescado. El niño no sabe cuántas lunas hace que el padre se fue. Los montones de frutas en el borde de la casa se pudrieron, y tuvo que echárselas a los cerdos; los colinos ya están limpios, y está limpiando ahora la isla donde los frutales dan su cosecha ininterrumpida; si acaba, y el padre aún no ha vuelto, sembrará maíz. Perdido en sus pensamientos se está demorando en ir al trabajo, y le asalta la angustia como si el padre fuera a salir de las sombras para azotarle por no cumplir su trabajo.     
            "Bueno, ya voy a limpiar el colino".

            Es una frase ritual que repite cada mañana para aplacar esa sombra negra que le vigila desde dentro de él mismo; son palabras que seguirá pronunciando cada mañana, año tras año, incluso después de olvidar su sentido.


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