jueves, 16 de octubre de 2014

Dos hermanos, una cruz.

Me pidieron que le hiciera una foto antes de enterrarlo. Su desgracia no fue enfermarse de gastroenteritis, una enfermedad intestinal perfectamente curable, sino haber nacido en Vigía del Fuerte cuando aún no tenía un hospital, y el medico más cercano quedaba en Quibdó, 200 kilometros rio arriba, 2 días en lancha, 4 a palanca.
A los niños que mueren les dejan los ojos abiertos "para que vean a Dios".
Me pidieron que le tomara esta foto y les acompañara al cementerio. Salimos de la misa dominical mañanera, y pusieron la cajita en una canoa,
-Hace mucho sol, voy por mi sombrilla- dijo la madre.
-Yo voy por el canalete.
-Yo por la palanca.
Nos dejaron solos a mi, y al niño pudriendose bajo el sol tropicarl. Esperé como una hora, cuando nadie aparecía me di cuenta de que no iban a volver hasta que el sol bajara, y volví como a las 5. Entonces volvieron ellos apresuradamente.
El cementerio en Vigía queda agua abajo, una tierra alta, donde se puede enterrar incluso cuando el pueblo está inundado. Se distingue desde la orilla por unas cañabravas rojas que llaman Palma de Cristo.
 Limpiaron un parche entre la hierva alta de la orilla, sacaron veinte paladas de tierra blanda, y allí lo dejaron. La madre pidió que le pusieran una cruz.
-Es un niño muy chiquito, no necesita cruz.
-Pónganle una cruz- exigí yo.
Ellos no ponen clavos en las cruces, porque sería clavar a Cristo. Hicieron con el machete una muesca en una madera y acomodaron la otra.

La madre tenía otro hijo más pequeño, y todos sabíamos que tambien iba a morir. Todavía quedaba una vela del hermano mayor, así que solo compraron otra.

En el cementerio un tio reía mientras deshiervaba. Había crecido mucha vegetación y les daba pereza abrir trocha para meterlo más adentro.
-Aquí van quedando todos los peladitos, junto a la orilla.
-Usté, Padre, debería pagar unos hombres que limpiaran esto de monte.
-El cementerio es suyo, y los muertos también.Yo pago después de que me entierren aquí.
Apenas hacía cinco días que habíamos enterrado al hermano mayor, pero la cruz ya se había caido. La madre trató de arreglarla llorando. Yo llevaba un pedacito de cuerda para amarrar las dos maderas de la cruz, eso les hizo reir . La misma cruz sirvió para los dos.

No siempre los entierran. A veces hacen una cajita, meten la criatura en ella, le ponen una piedra a la cebecera y otra a los pies, se abren a la mitad del rio, y la tiran al agua. Eso me lo contó el carpintero de Buchadó. Estaba haciendo una caja y silvaba mientras la hacía.
-¿Y para qué es esa caja?
-Es para un hijo mio que murió anoche. Lo tengo en el cuarto de atrás.
No había flores ni velas, solo un bebé, como dormido, con los ojos muy abiertos.
En el Atrato muchos  niños nacen, y muchos mueren. No hay tiempo para andarse en ceremonias, Al mediodía vi al carpintero remar hasta el centro del rio, y volver.

Un año después, gracias al esfuerzo y la plata de mis compañeros alemanes inaguraron el hospital. Ellos lo surtieron tambien de medicinas. Cuando yo bautizaba niños exigía a los padres que los educaran, les mandaran a la escuela hasta que supieran leer, y si se enfermaban "no les dejaran morir como un perro, sino que los llevaran al hospital". A veces me hacían caso.

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