18-MAÑANA
VENDRA.
En la casa de la Ciénaga del
Remolino, bajo el parasol del árbol cósmico, el niño se despierta sobresaltado;
mira allí donde la trocha borrada caía sobre la ciénaga, pero no hay nadie.
"Hoy no ha venido, mañana
vendrá".
Se
levanta y asa dos grandes pescados corromás sobre las brasas. Al acabar
arroja las conchas al agua, añade dos gruesos troncos al fuego para mantenerlo
encendido hasta la noche, acerca al calor ceniciento la olla ennegrecida y la
llena de plátano, yuca, guineos, y, tras un momento de vacilación, un grueso
pedazo de carne de cerdo seca; es un lujo que sólo se permite cuando olvida al
padre; los otros días, cuando el recuerdo le asalta, se limita a poner pescado.
El niño no sabe cuántas lunas hace que el padre se fue. Los montones de frutas
en el borde de la casa se pudrieron, y tuvo que echárselas a los cerdos; los
colinos ya están limpios, y está limpiando ahora la isla donde los frutales dan
su cosecha ininterrumpida; si acaba, y el padre aún no ha vuelto, sembrará
maíz. Perdido en sus pensamientos se está demorando en ir al trabajo, y le
asalta la angustia como si el padre fuera a salir de las sombras para azotarle
por no cumplir su trabajo.
"Bueno, ya voy a limpiar el
colino".
Es una frase ritual que repite cada
mañana para aplacar esa sombra negra que le vigila desde dentro de él mismo;
son palabras que seguirá pronunciando cada mañana, año tras año, incluso
después de olvidar su sentido.
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