TÚ ESTARÁS ESPERÁNDOME
Remontando el atrato para vender plátano en Quibdó.
El padre dio al niño las últimas instrucciones:- Y mientras esté fuera, limpia el colino.La isla del plátano es grande. Necesitará al menos tres días para limpiar la maleza con el machete. ¿Cuánto tiempo irá a estar el padre fuera?- Sí, padre.Toman la champa de los extremos, y la levantan para llevarla al agua. Casi no pesa. Es la champa de palo más fino, más estrecha y corta que el niño haya visto nunca.- Tú me ayudas a pasar la champa al otro lado. Luego te vuelves en el bote.La champa está en el agua, y el padre se sienta cuidadosamente en el centro. Sonríe satisfecho al ver que el bote sobresale cuatro dedos del agua.- Mira, es mucho lo que balsea, podría ponerle hasta dos arrobas de pescado, y aún flotaría.El niño coloca en la punta una arroba de doncella seca, atada con cortezas de chibugá, y un totumo para achicar el agua; el padre se corre hacia atrás para equilibrar el peso.- ¡Vamos!- Sí, padre.La champa pequeña es veloz. Cuando el padre aprieta el agua con el canalete, se lanza adelante botando espuma a los lados. El hombre la dirige con la punta del canalete, la hace girar alrededor del bote lento, se ríe del niño:- ¡Vamos, muévete!Es su obra; él ha hecho la champa, y está orgulloso de ella; el padre juega con la champa como un niño; el niño rema en el bote metódicamente, con la seriedad de un adulto.
Muchachito emberá palanqueando en el Murrí
En el caño los dos reman silenciosamente. El padre se adelanta a veces; luego espera al niño. Cuando la tierra es más alta, los árboles tapan el sol y la penumbra se hace opresiva; las sombras en el agua les da miedo; reman lentamente, tensos, y hasta evitan que el canalete haga ruido para no alertar al animal. Y apenas el agua empieza a encañonarse, antes de que las paredes verticales les encierren, mucho antes de ver el remolino, antes incluso de oír su bramido, el padre busca la orilla.- Amarra el bote aquí.El machete del hombre abre un túnel entre la vegetación. Por él arrastran los dos la champa. Es un trabajo de pesadilla, los mosquitos caen sobre ellos con hambre de generaciones. La vegetación los oprime. Arriba el sol no alumbra; abajo la maraña de espinas y raíces hace casi imposible el paso. Y el calor húmedo, sofocante, espeso, de horno vivo. Gotea el machete la savia verde; el padre y el hijo vuelven a arrastrar la champa; los pantalones se empapan de sudor y sangre. El hombre continúa abriendo. Se acerca al caño con el temor de haber perdido el rumbo en la oscuridad de la selva. Perocuando el machete rompe un hueco por el que el sol entra, y ven brillar abajo el agua, aleja otra vez la trocha del caño; es el miedo del animal que espera tenazmente; luego, el miedo de la selva les hará volver a buscar la luz del agua. Y la trocha continúa. Ya oyen el rugido del animal, y sienten como la tierra tiembla; y se alejan del agua más aún que antes; sólo cuando el ruido se hace silencio a sus espaldas buscan nuevamente el agua; las paredes verticales no les permiten aún descender al camino del agua; es preciso continuar arrastrando.Cuando al fin encuentran una bajada, los dos sonríen.- Cuando vuelva, dejaré aquí mismo mi champa, y volveré andando por la trocha. Tu vigilarás para estar esperándome.- Sí, padre, yo estaré esperando.- Y tendrás limpio el colino.- Sí, padre.El hombre da un fuerte golpe de canalete, y la champa se lanza hacía adelante. El niño grita:- ¡Padre! ¡Padre!El hombre contesta enojado, sin volver la cabeza ni dejar de remar:- ¿Qué pasa?- Cuando vuelva, traiga sal.El hombre no dice nada. En dos golpes más se pierde de vista en una curva del camino.El niño regresa a la isla.11-
ESTAN CELEBRANDO TU MUERTE. El hombre rema con una alegría largo
tiempo desconocida. Cada golpe del canalete lo libera, ¿Cuánto tiempo ha estado
en la ciénaga? Cuando no hay estaciones que marquen el paso del tiempo, el tiempo
se vuelve una sustancia amorfa, idéntica a sí misma. El hombre sabe que ha
plantado, y la cosecha ya se ha venido,
y sigue viniendo sin interrupción ¿Cuánto tiempo hace que parió la mata de
colino? ¿Cuántas veces ha floreado la yuca? No puede saberlo, pero sabe que ha
sido un tiempo malo, demasiado tiempo sin mujeres, sin baile y sin aguardiente.
Ahora va hacía el gran río, mujeres, baile y aguardiente, y se le ensancha el
corazón. El niño pesca. Al principio vuelve
la cabeza con desconfianza, esperando la orden acuciante que interrumpa su
placer, acosado por una costumbre de toda la vida; pero la orden no llega, y se
siente extraño. El hombre rema lentamente, esperando
la oscuridad para salir al Atrato. Antes de nada, irá a la casa de su compadre;
el compadre es viejo, el machete se le cae del brazo de puro cansado, y la hija
ya ha sido suya. La estrecha trocha que va del rancho del compadre al pueblo
pasa por el cementerio, ningún hombre la recorrería en la noche; el compadre la
recorre a veces, pero se dice que tiene tratos con los espíritus. Ningún hombre
irá al rancho del viejo en la noche, ni el compadre se atreverá a levantar el
machete contra él, ni la hija irá al pueblo a avisar para que le maten. "¿Y si sólo fue mi casa la que
ardió? ¿Y si nunca encontraron la mujer que maté? ¿Y si nadie me espera? ¿Y si
puedo ir al pueblo a bailar y cambiar pescado por una noche ardiente con una mujer?”. El hombre rema lentamente, acosado
por el deseo y frenado por el miedo. Ya es casi de noche.
Atardecer en el Atrato, frente a Vigía del Fuerte.
El niño pesca hasta que es de noche.
Sólo cuando la oscuridad no le deja ver el cebo se da cuenta que tiene hambre,
y entonces asa tantos pescados que antes de terminarlos cae hacia atrás y se
queda dormido sin dejar de masticar. El hombre rema junto al chuscal de la orilla.
El río alto inunda el pueblo y las fincas en la selva. La inundación es tiempo
de necesidad en el pueblo; el pescado no pica, el plátano se pudre. En el
pueblo los hombres se sientan a ver correr el agua bajo el piso de las casas y
bostezar de hambre; las mujeres se entregan a cualquiera que les dé comida, y
los niños se mueren.
El pueblo inundado.
Elombre mira satisfecho la arroba de
pescado que le hace rico y deseable; el hambre del pueblo es una suerte para él. La champa del compadre está junto a
la puerta, amarrada a uno de los guayacanes, y no hay más champas allí. El
hombre piensa: "está solo", y se siente tranquilo. El río está tan
alto que llega hasta la puerta sentado en su champa. Llama desde allí con una
voz que es un susurro:- ¡Compadre! Una voz cansada le contesta desde
dentro: - No dejes la champa ahí. Escóndela
atrás y entra por la cocina. El hombre entra con el pescado en
una mano y el machete desenvainado en la otra, porque ya sabe que para él, el
peligro es mucho. El compadre está sentado y remienda una red a la luz sucia y
amarillenta de un candil de queroseno. Está de espaldas a él, y no se vuelve a
mirarlo cuando entra. Elombre ve con satisfacción el fogón apagado, las guascas
de colgar plátano vacías, las cañas donde ahúman el pescado llenas de
telarañas. Deja caer el pescado para que cimbree en las palmas desgastadas del
piso. - Traje pescado -se le trasluce un
acento de triunfo en la voz-. Tampoco ahora el viejo se vuelve, y
deja pasar, antes de contestar un tiempo tan largo, que el hombre se siente
inquieto. - Hija, pon a cocinar pescado y
arroz. El compadre salió al amanecer y no ha comido nada. Una muchacha sale de entre las
sombras; se acerca al pescado y se acuclilla para desatar las correas. El
hombre la mira con ojos codiciosos, se detalla la curva de las pantorrillas,
las nalgas redondas que templan el vestido, se adelanta un paso para mirarle
los senos cónicos por entre el escote de la blusa; entre el humo acre del
queroseno percibe el olor a hembra, y su deseo se aviva. La muchacha se lleva
la lámpara hacía la cocina para prender con ella el fuego, y deja a los dos
hombres a oscuras. Sólo entonces Elombre siente que los ojos del compadre le
miran. - Tienes que tener cuidado. Te
buscan. Elombre quisiera fanfarronear para
impresionar a la muchacha, pero no
puede; el viejo le intimida. - Allí donde estoy nunca me
encontrarán. El viejo asiente: - Es un buen sitio. - Los peces se pelean por picar, y
las cosechas crecen solas. - También yo, cuando era joven, viví
en ese sitio, -la voz del viejo parece venir desde muy lejos-, pero deja que te
diga una cosa: -la muchacha regresa y deja el candil sobre la mesa. Con la luz
el hombre ve los ojos del viejo mirándole como dos brasas dentro de él- ten
cuidado con El Animal. El hombre se estremece: el viejo
sabe en verdad donde se esconde. - Los Animales son los que hacen la
historia. Y si el Animal ha decidido comerte, te comerá; y si para ello tiene
que hacer que el pueblo desaparezca, el pueblo desaparecerá. El hombre suda con gotas frías.
Habla para disimular su miedo. - Nadie sabe dónde estoy. - Compadre, en la selva no hay
secretos. Algún día alguien ve un surco entre las aguas de la ciénaga. Otro día
alguien cree ver humo más allá de las ciénagas. Y cuando otro día un cazador ve
una manada de tatauros que se mueven hacia aquí, ya nadie duda: "Vienen
asustados, hay alguien allí". Elombre sabe que el viejo no miente.
Las noches en el pueblo son largas y los hombres se aburren; se sientan en las
puertas a conversar y se miran unos a otros con ojos de cazador; un indicio, un
olor, una ausencia, y todo se sabe. En la selva no hay secretos. - Todo el pueblo sabe que tú estás
allí, en la Ciénaga del Animal, y quisieran ir a matarte, pero no se atreven,
el Animal les da miedo. Pero esperan el día
en que salgas, porque ellos saben que vas a salir, que saldrás en busca
de aguardiente o mujeres. Y esperan, compadre, te esperan. Elombre está inmóvil. Ya no es el
hombre inmenso que tapaba con su corpachón la puerta de entrada; ahora es un
niño cogido en falta, con la vista fija en el suelo. - Y un día un pescador ve una canoa
que viene al pueblo desde nunca nadie navega, y todos saben que al final el día
ha llegado. El
viejo va junto al hombre y se agacha frente a él para poder mirarle a
los ojos bajos. El hombre siente que los ojos del viejo queman. - Vete al pueblo, compadre, vete al
pueblo -la voz del viejo es un susurro tan leve, que el hombre tiene que
acercar su cara a la de él para poder oírle-, vete a beber al pueblo. Ellos
están borrachos. Llevan toda la tarde bebiendo. ¡Están celebrando tu muerte! El viejo se levanta. Va junto al
fuego donde el pescado hierve. Las llamas que suben y bajan agrandan o achican
su silueta. Su voz es ahora otra vez cansada, como una vieja lata vacía. - Pero mi compadre es listo, sabe cuándo
hay que tener miedo. Y no va al pueblo, viene aquí, a mi casa; porque yo soy su
compadre, su amigo; y porque él sabe que soy viejo y estamos solos. Trae tres platos desportillados que
pone sobre la mesa. De una lata de manteca vegetal vacía saca dos cucharas. La
muchacha pone la olla en la mesa, sirve a los dos hombres y vuelve a esconderse
entre las sombras. - Comamos, compadre, y luego váyase
antes de que le descubran y nos maten a los tres. Los hombres comen en silencio. La
muchacha toma la olla y va a sentarse en las chontas que sirven de cama. Amasa
el arroz con la punta de los dedos, y se lo lleva en bolas a la boca. Un perro
blanco y flaco sale de debajo de la cama a comerse las espinas que escupe. Terminada la comida, el hombre no se
quiere ir. Sigue mirando vivamente la llama sucia del candil. Busca algo que
decir, pero no hay nada. Y lo que quisiera conversar no se atreve. También el viejo tiene un interés atravesado en el
pecho. Pero el miedo le calla. Miedo por él y por la hija. Y el tiempo pasa
inmóvil.
Remontando el atrato para vender plátano en Quibdó. |
Muchachito emberá palanqueando en el Murrí |
Atardecer en el Atrato, frente a Vigía del Fuerte. |
El niño pesca hasta que es de noche. Sólo cuando la oscuridad no le deja ver el cebo se da cuenta que tiene hambre, y entonces asa tantos pescados que antes de terminarlos cae hacia atrás y se queda dormido sin dejar de masticar. El hombre rema junto al chuscal de la orilla. El río alto inunda el pueblo y las fincas en la selva. La inundación es tiempo de necesidad en el pueblo; el pescado no pica, el plátano se pudre. En el pueblo los hombres se sientan a ver correr el agua bajo el piso de las casas y bostezar de hambre; las mujeres se entregan a cualquiera que les dé comida, y los niños se mueren.
El pueblo inundado. |
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